El gimnasio estaba tranquilo, pero Anastasia no estaba lista para irse. Su falda se balanceó mientras se estiraba, dándole a Mike una vista que no podía ignorar. Sonrió, se puso de rodillas y envolvió sus labios alrededor de su polla. Él lamió su suave coño a cambio, dedos deslizándose adentro antes de que la inclinó y la follara duro. Sus gemidos resonaban de las paredes mientras corría una y otra vez, el final perfecto para la práctica.
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