El libro de texto quedó olvidado entre nosotros. La tensión en el aire era más densa que cualquier teoría. Sus ojos se clavaron en los míos y, en ese silencio cargado, todas las preguntas sin respuesta encontraron su respuesta. Él se inclinó, no hacia el papel, sino hacia mí. El primer beso fue lento, pero encendió una chispa que se convirtió en un incendio. La tarea, el cuarto, el mundo exterior... todo se desvaneció. Solo quedábamos nosotros, explorando un lenguaje que no se aprende en la universidad, resolviendo la única asignatura que de verdad nos importaba en ese momento.
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