La madrastra se deslizó en la habitación oscura, viendo una silueta en la cama. Asumiendo que era su marido, se arrodilló a su lado, con los labios que trazan caminos familiares. En la tranquilidad, actuó con tierna experiencia, perdida en el momento. Un suave gemido escapó de la figura, y cuando terminó, la luz de la luna mostró a su hijastro, veintidós, mirando con los ojos abiertos. El shock la congeló, pero su mirada no tenía remordimiento, solo deseo. El corazón se corre, se percató del error. No pasaron las palabras; el aire era grueso con sus secretos compartidos. Ella se de pie, temblando, y salió de la habitación, el peso del acto perdurando en el silencio.
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